Adela pies descalzos.
La ví de lejos, poco a poco me fui acercando para entrar a mi casa, en la banqueta sentada estaba ella, con su faldona amarillo fuerte arriba del ojo del pie, pañuelo en la cabeza, delantal celeste y blusa blanca con estampado de flores ¡su vestimenta llamaba mucho la atención! sin embargo fueron sus pies descalzos los que me provocaron detenerme a verla, un inusitado sentimiento de ternura, curiosidad y hasta compasión.
Ella permanecía reservada, paciente e inocente, su rostro no expresaba nada más que pasividad, ¡ella transmitía paz y serenidad!, ella en ese momento era calma, armonía y concordia.
Mi papá se enfrascó en una conversación con ella, preguntas puntuales, respuestas puntuales, como una niña responde a cualquier interrogación, de forma clara e inmaculada; así respondía Adela, ¡doña Adela!.
Con más de 70 años de edad llevaba "a tuto" un costal lleno de víveres que le regalaron ese día, cansada de tanto caminar con "el bulto" se sentó a descansar, esperaba el bus que va para su aldea.
Me sorprendió su certeza para seguir, para creer, para permanecer firme en algo; no usa zapatos porque no es su costumbre, no deja de caminar porque no es su costumbre, ella como muchas otras personas de antaño solo saben trabajar, es gente luchadora, gente productiva.
Mi regalo ese día fue verla sonreír, ¡ella ni siquiera sabía cual era la parada del bus! solo estaba sentada esperando, cuando mi papá la dejó en el taxi y le subió su costal ella se sintió aliviada y agradecida, no lo dijo pero se le notaba en el rostro. Su sonrisa pronunciada y brillante, su mano agitada al aire diciendo adiós, ¡su emoción evidente! fue lo que más emblandeció mi corazón.
Y así termina esta pequeña anécdota, pero doña Adela seguramente seguirá con sus andanzas por muuuucho tiempo más, y sí, ¡siempre con sus pies descalzos!.
Comentarios
Publicar un comentario